بسم الله الرحمن الرحیم
الهم صل على محمد وآل محمد وعجل فرجهم
MENSAJE PARA LA VIDA
por: Abdul Bari AsKari.
BismiLLAHI RahmaniR Rahim.
El ser humano tiene en la Tierra una felicidad pasajera y un mundo de tristezas. Pero cómo aliviar las penas en el Mundo de lo aparente? Al reflexionar nos damos cuenta por qué el musulmán o creyente sufre las penas de una manera diferente al que no cree en Dios.
Preste atención:
Cuando no se cree en Dios Altísimo, queremos algunas cosas de la Dunya (sea halal o no), nuestro corazón lo desea; Por lo tanto, cuando no llega a conseguirse, la razón y el corazón sufren un golpe bajo y la tristeza puede llegar.
Al Musulmán le pasa igual. Y como estamos más limitados en la Dunya (El mundo) (sólo lo halal), no conseguir aquello que se persigue puede golpearnos más fuerte. Sin embargo, el Musulmán carga su pena con más tranquilidad y menos Ansiedad.
Pero en dónde yace la diferencia entre el sentir del No creyente y del musulmán? Qué es lo que hace que el musulmán no desespere? Por qué la tristeza o decepción se carga más fácil?
Todo se basa en la fe de que hay un más allá. En la conciencia de que vamos a morir y que nos encontraremos con Dios Todopoderoso.
Aquel que no cree, ve la Dunya cómo el único lugar de vivir. Así es como debe lograrse todo aquí, en el Mundo de lo Aparente. Si no se logra, fracasó. Este pobre individuo no sabe buscar el auxilio de Dios y por tanto pone todo su empeño en alcanzar esa meta y es así, como en algunos casos, recurre a acciones inmorales y contra la norma de Dios Glorioso para cumplir sus objetivos.
Este ser nunca tuvo la oportunidad de razonar en la existencia del alma y el trato que se le debe dar a ella, y por tanto, sus angustias se convierten en cargas muy pesadas y difíciles de llevar.
Por otro lado, las penas del Musulmán se apaciguan cuándo entiende que nada en absoluto depende de él y que el control de absolutamente todo lo tiene Dios. Las ansiedades del Musulmán se extinguen cuando este comprende que él es infinítamente pequeño, insignificante, tan insignificante que incluso un insecto le puede quitar el sueño en una noche sofocante y en la que se debe descansar bien porque al otro día se debe madrugar para la prueba que tanto había esperado para su promoción, ya sea en el trabajo, escuela o negocio.
Entender que no tenemos poder alguno sobre nada, ni siquiera en nuestro respirar porque un insignificante insecto (a la mirada del hombre), el mismo del ejemplo anterior, se puede atravezar en nuestra ducto respiratorio e incomodarnos por varios minutos.
Al entender eso, se comprende que lo único que queda es pedirle a Dios Misericordioso que nos ayude a alcanzar su favor. Este acto de entender a quién debemos pedir, apacigua las angustias, reduce el stress y minimiza las tristezas.
Sin embargo, esta conciencia no es fácil de desarrollar. Se necesita de un entrenamiento sincero y de autoreconocer que no somos dueños de los resultados. Eso, en sí, es una terapia contra la arrogancia. Decirse a sí mismo que se están poniendo los esfuerzos pero que Sólo Dios Altísimo decide es un gran remedio para volverse humilde.
Debemos entender que esa noción no es fácil de aceptar. He aquí un ejemplo: has visto cómo algunas veces otros individuos con (aparentemente) menos esfuerzos llegan más lejos y consiguen más que los demás? No dependió de ellos, eso fue la decisión de Dios el Sapientísimo. Desde luego, Dios el Generosísimo compensa de acuerdo a los esfuerzos, pero, aunque algunos individuos pongan todo su empeño en algo, el objetivo final, aparente, no lo consiguen.
Entonces, recuerde bien: Realice el mejor de sus esfuerzos, pero aceptando que, al final, la decisión está en las manos de Dios el Conocedor de Todo. De esta manera, las tristezas y frustraciones desaparecerán.